Vamos a la feria barrial

Me levanté de buen ánimo. Me di un baño, llevé los lentes que pifiaban para que el señor oculero los enderece, dejé las camisas en la planchadora, saqué dos lucas del cajero, compré algunas vituallas en la charcutería y un vinito en el mercado del chino.

De regreso, pasé por la plaza Echeverría. Nada más acercarme, me resultó gracioso ver del lado externo de la reja que bordea la plaza, la tradicional feria comunal con productos comestibles BC (baratos y comunes) y los aromas que uno conoce de toda la vida.


Del lado interno en cambio, infinidad de chiringuitos con alimentos de tendencia, libres de gluten, veganos, naturales algunos raros otros exóticos comunes los más. Con un packaging primoroso y unos precios que asustan pero todo muy cool. 

Entre por la plaza con la idea de cortar camino y husmear un poco lo que sabe la tierra según prometía el cartel, pero lo primero que percibí fue un olor a sahumerio que despertó todas mis alergias.

Unos pasos más adentro superé la crisis de estornudos pero me vi rodeado de perros corriendo y ladrándose entre sí, aliviando la tripa o la vejiga en cualquier lugar, menos en el canil.

Diez metros más adelante me topé con un grupo de pequeñuelos gritando como chancho en el matadero y madres que, para calmarlos, gritaban más que ellos.

Avanzo otro tramo (en medio de gente parada mirando todo y comprando nada), y llego a un claro con el tradicional grupo de pibes jugando al futbol.

Sonreí recordando viejos tiempos pero la sonrisa se me borró cuando me ligué un pelotazo en la frente que me sentó de culo en el piso.

Ya en el centro de la plaza veo sobre el monumento a Urquiza, una docena de jóvenes de sexo variado, tirados entre sí o sobre el piso, dándole al porro con frenesí. Otra vez los estornudos.

Adelanto otro tramo para huir por alguna de las salidas laterales y por un momento me detengo a observar: el paisaje será libre de gluten y la tierra sabrá mucho pero de limpieza, nada.

Roña por todos lados; la que viene de arriba (la de las ratas con alas), la que desechan los manducantes y la que tiran los pringosos diletantes, que por estas playas se denominan artesanos. Un despelote total.

Sospecho que la intención de ahorrarme cincuenta metros de caminata no fue una idea muy inteligente…