Un Día Auspicioso

Primeras horas de la mañana, Tomás cruzaba la avenida Córdoba en medio del viento y la lluvia. Estaba más ocupado en sujetar el paraguas que en prestar atención al tránsito. Ni bien puso un pie sobre el asfalto al semáforo se le ocurrió virar al verde.

La tropa montada en caucho se le vino encima, liderada por un SCANIA que cubría todo el ancho de la calle. El tipo lo vio a Tomás agazapado contra el viento y lo esquivó, pero el retrovisor le dio en el hombro y lo hizo girar como un trompo. El camionero se fue orgulloso por la maniobra y sonriente por el paraguas de premio que se llevó colgado del espejo.

Tomás pegó con la cabeza contra el piso y quedó tendido a mitad de calle, listo para ser crucificado en horizontal por el resto del tránsito que venía en tropel detrás del enorme camión.

Un tipo lo sujetó de los pies y lo apartó de las ruedas bloqueadas que se le venían encima. Tomás sintió el dolor punzante en el hombro, los movimientos bruscos y el agua que le recorría la espalda. Escuchaba murmullos, insultos, veía rostros desconocidos, gente que se asomaba una sobre otra, pero sin noción de lo que estaba pasando.

Alguien sacó un teléfono.

En unos minutos, Tomás estaba inmovilizado sobre una camilla en la ambulancia que partía a toda sirena rumbo al hospital Pirovano.

Paula evaluaba al paciente y lo transmitía por radio a la guardia del hospital:

––Escoriaciones, movimiento anormal de los ojos, reflejos disminuidos, ECG con fibrilación auricular y taquicardia. Puede ser cerebro vascular o cardiaco. Está hipertenso. No contesta al interrogatorio. Me inclino por ACV, no sé si por el golpe o al revés. Inserto vía con solución fisiológica y analgésicos…

–Upss. –dijo– Apareció un hematoma en el esfenoides que está creciendo como un volcán. Veo que más puedo hacer y aviso antes de llegar. Benitez me dice que estamos allá en diez minutos, pero tengo mis dudas. Él será un genio al volante pero es viernes, hora pico, llueve y son todos sordos, nadie da paso.

A dos cuadras del hospital la ambulancia se asomó sobre Monroe y perdió el paragolpes delantero, un Audi negro que se cruzó a la velocidad de un huracán se lo llevó como la cola de un barrilete.

Benitez lo siguió con la mirada. Lo vio sacudirse, ponerse de costado y quedar doblado en dos abrazado a un árbol. Lo que no vio, entre una sirena y otra, fue el patrullero que venía detrás del Audi y se le clavó en la rueda trasera. Un giro en el aire. Una vuelta y otra vuelta más y otra.

Benitez quedó colgado fuera de la ventanilla. Su espalda robusta desmenuzaba  los vidrios desparramados en el asfalto, mientras la ambulancia se balanceaba despacio sobre un lateral

Un policía salió por la luneta trasera del puré de patrulla donde, aferrado al volante, a su compañero se le piantaba la vida. No lo miró, por reflejo, se arrastró hasta ocultarse detrás de la ambulancia.

Los dos tipos que viajaban en el costado derecho del Audi pasaron a integrar la corteza del árbol, El que manejaba, malherido, vio el arma del policía y vació el cargador contra la ambulancia. Fue lo último que hizo.

Pasados los golpes, confuso en medio de las detonaciones Tomás volvió en sí y comenzó a luchar contra las sondas y cintas que lo ataban a la camilla agitándose como un poseído.

Fueron unos segundos, la bala entró por el parietal le voló la cabeza y lo dejó quieto.

En medio del silencio que sigue al desastre Paula se enderezó despacio dentro de la ambulancia tumbada. Por el portón trasero vio asomarse el uniforme policial y se le zambulló encima como en un recital de rock.

Desde el hospital vieron la escena y llegaron volados en otra ambulancia.

Entre el abrazo desesperado de Paula y sus propias heridas, el semblante del policía tomaba un tono violáceo. Los médicos, en medio de tanto rojo desanudaron el uniforme blanco del morado. Paula sintió el pinchazo en el cuello y más nada. Despertó al otro día, con algunos raspones, sin Benitez, sin paciente y dolorida hasta las pestañas.

Mientras lo revisaba el médico, sentado sobre una camilla, el sargento Chávez bombeaba adrenalina como un toro frente a la embestida final; y repetía con una sonrisa que solo sentía un poco de falta de aire.

Sobre la avenida quedó el desastre cercado por patrulleros, autobombas, ambulancias y una larga fila de puteadas de los que tenían que desviarse por las laterales.

Los médicos comprobaron que no había nada más que ellos pudieran hacer allí. De regreso hacia el hospital alcanzaron a escuchar el comentario del forense:  

—Cinco de una —dijo—. Un día auspicioso.