De la línea recta a la esfera

Aprender a enseñar siempre está entre mis inquietudes aunque ahora escriba poco sobre la cuestión. No lo hago porque no me gusta repetirme, ni repetir las sesudas gansadas que se dicen desde hace años sobre la Tecnología. Sin embargo no dejo de leer sobre esos asuntos.

Sin ir más lejos, porque aquí estamos muy cómodos, la pandemia expuso entre otros temas (no sé si más graves, pero si más inquietantes), lo cerca que la escuela está de Comenio y lo lejos que permanece de las necesidades actuales y futuras.

Leyendo sobre esta cuestiones semanas atrás, me sobresaltó una nota periodística en homenaje a Russell A. Kirsch, que falleció en agosto de 2020 y que según el cronista fue quien “inventó” el primer pixel que “apareció” en New Jersey en 1954, en la Universidad de Princeton.

La nota expone además, que el historiador en temas de Tecnología George Dayson rescató esta imagen (aunque no aclara quién la tenía prisionera), donde afirma que son los primeros pixels jamás hechos. Sería algo así como los aparecidos de Princeton.

Russell A. Kirsch,

Como soy bastante refractario a las “apariciones”, los “inventos” y los “absolutos” que se manejan en las estructuras escolares donde todo es lineal, predecible y llega de recónditos lugares como agua de manantial, me di a la búsqueda de los “prepixeles”, guiado por la eterna pregunta con que siempre nos arrinconaba Don Godes ante una afirmación de ese tipo: ¿Y cuál fue el antecedente? Porque las cosas no surgen de la nada, siempre parten de algún desarrollo previo. Con esa consigna en ristre, retrocedí desde el siglo XX cuando “apareció” el primer pixel hasta la mitad del siglo XV, en medio de cruces aleatorios entre campos muy diferentes de la tecnología y con tantas derivaciones que llegué a sentir sobre mis hombros, la insoportable levedad del píxel, que no pincha aunque suene punzante.

Veamos: en informática, el aludido pixel sólo es un punto que al ser agrupado según los tres colores primarios o la escala de grises puede manipularse en forma de bits, para elaborar imágenes en pantallas de computadora.

Todo muy moderno, muy cool. Un gran “invento”. Si no me cree, consulte en la internet y desdúse. En mi caso, para desdudarme me zambullí en la biblioteca que Don Godes nos legó, y sin llegar al final, fije el punto de inicio del prepixel allá por 1450, cuando Jean y Philibert Gobelin, unos tintoreros franceses fundaron una fábrica de tapices en las afueras de París. Negocio que al prosperar pasó a conocerse como Los Gobelinos.

Cerca de unos doscientos años después en 1670, la fábrica de tapices fue expropiada por la Corona francesa que estaba en bancarrota por los dispendios imbancables del Rey Sol que, sin embargo tuvo el buen tino de poner a cargo de las finanzas del reino a Jean Baptiste Colbert (de quien más tarde hablaremos en detalle).

¿Qué hizo Jean aparte de ordenar las finanzas? Empezó a buscar de donde sacar guita fresca y como los campesinos ya estaban agotados se dirigió a los incipientes industriales. Expropió la tintorería de Los Gobelinos, la pasó a manos de la corona y llamó para que la dirigiera al pintor Charles Le Brun.

El tipo parece un hippie a la antigua pero en lugar de darle a la blanca, siendo un artista,trabajó como un consumado tecnólogo: abandonó las formas tradicionales de ejecutar las tareas, dejó de lado lo conocido, entrenó a los artesanos en nuevas formas de trabajo y encargó a los mejores creadores del momento el diseño de los tapices, estrategia que le proveyó diseños originales y de primera calidad.

Charles Le Brun

Como resultado del proceso, Los Gobelinos realizaron magníficos tejidos en un rico estilo barroco y  elaboraron hermosos “pixelados” aprovechando por intuición una cualidad del ojo humano que era desconocida en ese momento.

Tapiz de Los Gobelinos

Fue necesario que transcurrieran otros dos siglos y otra vez en los Gobelinos, en 1823, su jefe de tinturas Michel Eugene Chevreul, mientras buscaba como dar mayor intensidad y duración a los tintes naturales llegó a la conclusión (que más tarde fue definida como Ley del contraste simultáneo), que la pigmentación de un punto de color dependía más de los colores que tenía a su lado que del color mismo.

Al usar los tres colores primarios (¿Recuerdan a los aparecidos?), le agregó veintitrés mezclas de color y elaboró un círculo cromático de setenta y dos colores que, con diferentes proporciones de negro y blanco dieron lugar al conjunto de quince mil tonos que se utilizan hoy en día en la industria de la tintorería.

Y no sólo favoreció a la industria Textil sino también a los artistas de la época que, al trabajo de Chevreul agregaron su talento y desarrollaron una corriente pictórica que se conoce como Puntillismo.

Si consultan en Wikipedia verán que el puntillismo, conjunto de pixels, también apareció por primera vez”, en Francia en 1884 (manía que tiene este chico de aparecer y desaparecer cada dos siglos más o menos).

Michel Eugene Chevreul

Igual que el círculo cromático de Chevreul, Los Gobelinos es una empresa que aún existe, tiene una sucursal en nuestro país y sólo estuvo inactiva unos pocos años durante la revolución Francesa.

Al llegar a ese punto no quise ir más atrás ni dejar el occidente europeo, pero le perdí un poco de respeto al señor George Dayson, aunque estuviera avalado por un Instituto de Yanquilandia.

Como pueden suponer, esto no termina aquí. Es más, recién empieza, porque la búsqueda me llevó a transitar por diferentes lugares del mundo y a establecer vínculos con infinidad de “invenciones” asociadas entre sí, en apariencia, de manera arbitraria.

A partir del pequeño recorrido histórico que hice buscando a los prepíxeles, sospecho cada vez con más énfasis que la idea de “escolarizar y planificar” la Tecnología y sus proyectos, considerándola una asignatura más, es como pretender que los chanchos chiflen.

CONTINUARÁ…