Con infinito afecto

Querido Gustavo, sabés que te agradezco que me hayas adelantado esos mangos para limpiar el cuartito del fondo en la casa de tus viejos. Más que una changa de fin de semana, fue el alivio del mes. Desde que cerró la fábrica ya no conseguí laburo estable y la situación está cada vez peor.

Es cierto que estoy un poco atrasado con el envío de tus cosas y ya que me apurás, te cuento.

Resulta que en un estante, debajo de un montón de chucherías encontré dos fotos descoloridas, pero algo me llamó la atención y en lugar de guardarlas, se me ocurrió descifrar las figuras borrosas.

En una, se llega a distinguir a la familia perfecta: vos, tu mujer, los pibes, tus suegros y tu cuñado, todos en la playa (verano del 2000), según dice en la parte de atrás. En la otra foto, más chica, más descolorida, estás vos con una mujer.

Salí a la luz del patio para verla mejor y después de mirar un rato largo la puta foto, me pareció ver que la que está colgada de tu brazo, desenfocada además de borrosa, es Marta, la mina que por ese tiempo tenía loco al Olegario.

Cambio de tema. No termino de entender por qué la gente del barrio te anda buscando. Me parece imposible que unas simples operaciones inmobiliarias hayan sensibilizado a todos los vecinos (entre ellos a mi hermana menor). No les entra en la cabeza cómo se hace para vender algunos terrenos y un par de casas hasta dos y tres veces. Parece que los indigna mucho, que después de garparte de frente manteca con los manguitos que habían juntado durante años, ahora están metidos en un juicio y rebuscando guita para pagar los boga.

Yo siempre dije que no podía ser, que vos sos un tipo derecho, que debía haber algún error, que como dijiste fueron los escribanos que te garcaron. Pero vos sabes como son nuestros vecinos: gente laburante, se guían por lo que ven en televisión y se olvidan que fue tu viejo el que hizo el loteo original, que trabajó más de sesenta años en el barrio y que a muchos les hizo el aguante para que pudieran tener la casa propia. Entre ellos a mis viejos.

No entienden que después del puto infarto que se lo cargó al tano, vos te ocupaste de la inmobiliaria sólo por seis meses, que tuviste que cerrar y que es inútil…, como dicen…, las desgracias no vienen solas.  

Pero vuelvo a lo que estaba: la foto borrosa.

Después de verla y por las dudas, no me dejé ganar por el arrebato y con la mayor discreción (tal como vos me pediste que hiciera con el trabajo), esperé al sábado y la llevé al club para que los muchachos me ayudaran a identificar a las personas en la foto.

Llegué justo en medio de una partida de truco y nadie me dió mucha bola hasta que mencioné tu nombre y donde la encontré. La partida se detuvo en el acto.

La foto pasó de mano en mano entre los seis que estaban en la mesa y mientras circulaba, todos murmuraban algo entre dientes, excepto en un caso. En lugar del murmullo, se escuchó a los gritos una puteada larga y dedicada que te incluyó a vos, a tu familia y a varias generaciones de tus antecesores, pero son cosas a tomar como de quien vienen. Porque el de la puteada fue el “Oso” Olegario que según dice, por vos, se juega la libertad donde te encuentre.

­–Yo siempre dije que Gustavo era un chanta y un cagador.  –Gritó cuando vio la foto. –Me parece mentira que una figura borrosa, aclare tanto. Ahora entiendo porque no contestaba el teléfono. –Y las reacciones de Martita cuando la paraba por la calle. Me hizo catorce denuncias por asedio. Mirá vos quien estaba detrás de todos esos “accidentes”. –Siguió a grito pelado .

Mientras los muchachos trataban de calmar al  “Oso”, Cacho me explicó que un tipo que hace daño deja rastros para que lo descubran, porque de esa forma alivia la culpa. Olegario en su metro noventa y la inmensidad de sus ciento treinta kilos, caminaba entre las mesas y seguía puteando a todo pulmón.

­Aunque pasaron más de veinte años,  ahora tiene una buena familia y del rastrojero pasó a tener una flota de camiones, sigue recaliente con vos. –Donde lo encuentro lo hago puré. –Gritaba.

Al rato el grandote se calmó y dijo: –Ahora que descubrí la verdad, me siento más tranquilo. Ya superé la cuestión. Es más, para que vean que no le guardo rencor y para que pueda ahorrarse unos pesos, yo pongo el mionca para llevarle los canastos con sus cosas ¡Y gratis!

No sé qué pasó, pero te cuento que de allí en más fue como un huracán.

Olegario fue hasta la Sociedad de Fomento, volvió con el SCANIA y varias carpetas en la cabina, los muchachos desarmaron la mesa de truco, el gallego Paco rejunto las cartas, los porotos, limpió la mesa y trajo café para todos. Lo que te cuento, en menos de diez minutos.

Estaban locos de alegría. El “Oso” convocó a los de la mesa de truco para que le den una mano ¡Qué actitud mostraron los muchachos! ¡increíble el entusiasmo que tenían para poder ayudarte! En un par de minutos estaban trepados al mionca. Fuimos hasta la casa de tus viejos, cargamos todo lo del galponcito y allá se fueron rumbo a la dirección que yo les dí.

Cuando lleguen comprobarás mi intención de sacarte del apuro, ahora que estás en la mala y no podés aparecer por aquí. Espero que tomes nota que la desilusión que me estampaste en plena jeta, ya es un asunto olvidado. 

Un abrazo

Eleuterio.

P.D. Les pedí a los muchachos que al llegar, antes que nada, te entreguen esta carta, te den todo el tiempo necesario para leerla y que después te ayuden con la descarga.